Visitando recientemente el papa Juan Pablo II la parroquia romana puesta bajo la titularidad de san José, recordaba a los fieles la necesidad de dirigirse al santo Patriarca pensando en él no sólo como el protector de la Iglesia universal, sino concretamente como custodiando con su patrocinio cada una de sus familias. Es decir, pensando en él como quien está presente en nuestra propia casa, ayudando a cada uno de los padres de familia en la solicitud sobre sus hijos, y velando, como cabeza que fue de la Familia de Nazaret, sobre los hijos de las familias cristianas.
Este llamamiento me parece que alienta la consideración del patrocinio de san José sobre la Iglesia, en el sentido más pleno. Es decir, no pensando «la Iglesia», en una perspectiva parcial y que podría ser equivocada, como una institución universal pero lejana, sino sintiendo que somos todos los cristianos sus miembros vivos, y cada una de las familias cristianas una «Iglesia doméstica», implantada en el tejido vivo del Cuerpo místico de Jesucristo, y viviendo la vida del Pueblo de Dios. La exhortación pontificia a que considere cada uno al patriarca José como alguien presente en su vida familiar, reavivó en mí una consideración que desde hace algún tiempo se me ofrecía como esclarecedora del sentido de la devoción a san José en la vida cristiana.
Le pensamos muchas veces también como patrono de los moribundos, patrono de la buena muerte del cristiano. Preguntándome un día por la razón de este título, recordé que la tradición de la piedad de los fieles ha contemplado secularmente a José muriendo, teniendo a su lado a Jesús, el Hijo de Dios encarnado, confiado por el Padre celestial a su cuidado paterno, y a María su esposa, la virginal Madre del Hijo de Dios hecho hombre. Pero pensé en seguida otro aspecto, íntimamente relacionado con el anterior, que me parece ilumina también el significado de la protección de José sobre los moribundos.
En un documento del papa Benedicto XV, publicado en ocasión del centenario de la declaración del patrocinio de José sobre la Iglesia universal, recuerda el Papa principalmente tres dimensiones de la piedad del pueblo cristiano hacia el Patriarca, y de la consideración de su patrocinio y solicitud sobre los fieles. Estas tres dimensiones son, con este título de protector de la buena muerte, los que le contemplan como modelo y patrón de la vida de familia, y como ejemplar y custodio del trabajo, en especial de quienes lo realizan en una situación de mayor modestia y pobreza en la sociedad humana.
La muerte, la vida de familia, el trabajo, y en especial el trabajo en la pobreza. Me pareció que, si atendemos a una razón profunda y unitaria de este triple patrocinio según el que ha vivido el pueblo cristiano la protección de José sobre la Iglesia universal, nos encontraremos con que la familia, el trabajo, sobre todo el trabajo en la pobreza, y la muerte, integran en su práctica totalidad la vida cotidiana, la vida común y ordinaria del cristiano.
En la vida de la Iglesia, afirmó santo Tomás, todos los dones singulares y como privilegiados, los carismas de los grandes santos que han obrado milagros y han sido dotados del don de profecía o de la sabiduría de los grandes Doctores de la Iglesia, los ministerios jerárquicos, y los mismos estados de perfección religiosa, se ordenan, como medio a fin, a la universal comunicación de la gracia santificante de que ha de participar todo cristiano.
Lo más «propio» y particular se ordena, pues, a lo que es más común y universalmente destinado a todo hombre llamado por el bautismo a ser miembro vivo de la Iglesia. La vocación a la santidad no es algo elitista; la santidad no es un lujo, como recordó la madre Teresa de Calcuta.
Por esto no puede confundirse el concepto de vida cotidiana del cristiano con algo «menos noble» o «vulgar», La vida cotidiana cristiana es aquella en la que, día tras día, estamos llamados a la fidelidad en el cumplimiento de la voluntad de Dios. El obispo Torras i Bages recuerda también en su Mes de san José que la santidad consiste precisamente en este cumplimiento de lo que Dios quiere de nosotros. Todo lo demás, por excelso que sea, es instrumento de esta sencilla y humilde fidelidad realizada cada día por la que obedecemos a Dios, y, como el patriarca José, hacemos aquello que sabemos que Dios quiere de nosotros.
La consideración que ofrezco a los lectores de La Montaña de san José no es otra que ésta, porque san José, custodio paterno de María y del Hijo de Dios, cabeza de la familia de la que, por designio divino, había de surgir la universal familia de los Hijos de Dios que es la Iglesia, tiene confiada a su solicitud y protección paterna a toda la Iglesia, tenemos que sentirlo cada día presente en nuestra vida cotidiana; es decir, en toda nuestra vida, en la familia, en el trabajo, en las alegrías y en las penas, en las dificultades y en las soluciones providenciales de las mismas, que cada día sentimos; en la disposición confiada para la buena muerte por la que esperamos pasar a la vida eterna. San José, patrón de la vida cotidiana.
Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (marzo-abril de 1987) 1-2