El obispo francés Pedro d’Ailly (1350-1420) fue el autor de uno de los primeros tratados teológicos sobre san José. Lo títuló: Los doce honores de san José. Este tratado concluye con una bellísima oración, que creo de suma utilidad para la piedad y devoción josefina. Para enmarcarla, enumeraré en primer lugar el catálogo de «los doce honores de san José», tal como los propone el autor.
José es hijo de David, heredero de la Promesa hecha por Dios al Rey Profeta. Es, por ello, pariente de María, también hija de David y pariente de José, y por lo mismo consanguíneo del Hijo de Dios encarnado. José fue verdaderamente esposo de la Virgen Madre de Dios y es este su tercero honor. Se relaciona con él el cuarto: José estuvo adornado con la gloria de la virginidad.
El quinto honor de san José es el haber tenido, por disposición providencial, la misión de cuidado sobre la Virgen María y sobre su Hijo divino. Por ello el Señor le reveló –y este es el sexto honor de san José– el misterio de la Encarnación salvadora.
El séptimo honor lo hallamos en el Evangelio, que afirma que José era varón justo. A él le confió el Señor la autoridad de dar al Hijo el nombre de Jesús, significativo de su carácter de Redentor de la humanidad.
El noveno título de honor es que acaeciesen en presencia de José los admirables misterios que son el objeto principal de nuestra fe; y el décimo título consiste en que José fue instruido por los oráculos de los Profetas, antiguos y nuevos.
El undécimo título de honor es haber tenido la consolación del Señor por ministerio de ángeles. El duodécimo y último es que la Madre de Dios, Reina de los ángeles, y el Hijo de Dios, Rey y Señor de todas las cosas, se sometieron por designio divino a la autoridad de José, que ejercía la misión paterna en aquella Familia sagrada de Nazaret.
El autor del tratado concluye poniendo como razón de nuestro deber de honrar a san José, a quien Dios dotó de tan grandes honores, la humildad del Patriarca. En José se cumplió la palabra del Señor de que «el que se humilla será ensalzado». Leamos lo que, acerca de esto, dice Pedro d’Ailly, en las palabras con que concluye el precioso libro, y que sirven de preámbulo a la «Oración devotísima», que propone a sus lectores:
«¡Qué grandes son los méritos de la santa humildad! ¡Qué grandes son los beneficios de la generosidad divina! Con cuánta razón José ha podido decir: “Porque el Poderoso hizo por mí prodigios”. Pero ¿por qué los hizo? “Porque Él es poderoso y su nombre es santo”. Como si dijera: no los hizo a causa de mí, pero sólo a causa de Él mismo. No a causa de mi poder sino a causa del suyo. Y los hizo simplemente porque lo ha podido y lo ha podido por su poderío, pues dice el cántico que es poderoso, y aun singularmente poderoso pues solo Él es todopoderoso. Y lo ha querido a causa de su gran bondad, pues su nombre es santo. Amén.
Puesto que es en vos y por vos, ¡oh Jesús todopoderoso y buenísimo!, que el Señor ha hecho grandes cosas por san José, así conviene exaltaros, y por la alabanza de vuestro nombre, acaba este tratado con estas palabras a modo de plegaria:
Señor Jesucristo, eternamente Dios de Dios, y con inefable humildad hecho en el tiempo hombre de la Virgen, que quisiste que san José se desposase con tu madre María, uniendo así virgen a virgen y humilde a humilde, y le elevaste de lo pequeño a lo grande y de lo humilde a lo excelso acreciéndole con muchas virtudes y grandes honores, te rogamos que nos des, por su ejemplo, por sus méritos y sus oraciones, con la pureza de mente y cuerpo, la virtud de la verdadera humildad, y que a nosotros fundados en la humildad, nos des aumento de fe, esperanza y caridad y de todas las virtudes, de modo que, por sus gloriosas virtudes y méritos, podamos conseguir con él los premios eternos. Tú que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas Dios por todos los siglos de los siglos. Amén».
Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (noviembre-diciembre de 1987) 1-2