En las letanías de san José le invocamos: José obedientísimo. La vida de santidad que el Evangelio expresa al llamarle «varón justo», podemos contemplarla, a la luz de las palabras evangélicas y de la manera como la han contemplado sus cantos devotos, en la sencilla y práctica perspectiva de la perfecta unión de José con Dios, consistente en el fiel cumplimiento de su voluntad. José fue «justo», es decir, obediente a Dios.

El abad benedictino Ruperto de Deutz expresó esto con la máxima profundidad, y según un modo de hablar fidelísimo a la Sagrada Escritura. Dijo de José que «obedeció como creyente, con lo que fue un hombre justo». «El justo vive por la fe», enseña la Palabra de Dios. La obediencia a la voluntad de Dios no puede ser entendida sino por nuestra aceptación creyente de su mensaje salvador, y la entrega consecuente al designio que se nos revela. Pensemos que en catalán si decimos de un hijo que creu a sus padres, o de un niño que en la escuela creu a sus maestros, significa a la vez la aceptación confiada de lo que se le dice y la puesta en práctica de lo que se le manda. Tal es la obediencia del creyente de que hablaba el abad Ruperto refiriéndose a san José.

San José cree al mensaje divino que le transmite reiteradamente el ángel del Señor, por encima de toda reflexión y cálculo humano: cree que en el seno de su esposa, fecundado por el Espíritu Santo, habita el que ha de salvar al pueblo de sus pecados, y cree también que es él mismo, el esposo de la Madre de Dios, quién ha de poner el nombre al Niño, el nombre de Jesús que significa su misión salvadora. Y porque lo cree, «hace lo que le fue dicho de parte del Señor».

La fe orienta e impulsa su labor, y así en sus obras se realiza y manifiesta su fe, como lo nota, con palabras del apóstol Santiago, la Liturgia de las Horas, en el Oficio de lectura del día 19 de marzo. San José cree en el designio divino, que en su misteriosa providencia confía a José la defensa del Salvador del mundo ante la persecución de Herodes. San José no pregunta, hace lo que se le ordena. Obedece como creyente. «Cree» a Dios.

Antes de esto José, el «hijo de David», por quién se enlaza Jesús con el rey David, a cuyo linaje se prometió el Reino mesiánico, cree en los designios providenciales, esta vez no revelados por ángel alguno, sino mostrados en el curso ordinario y muy doloroso de los hechos; y así el descendiente de David hubo de ir a Belén, la ciudad del Rey su antepasado, sometiéndose a los mandatos de los poderes de los gentiles que dominaban, soberbia y tiránicamente, sobre el pueblo escogido. De esta forma, que humanamente podríamos llamar absurda, se había de cumplir las profecías que anunciaban el nacimiento en Belén del Rey Mesías, del Rey de Israel y de todas las naciones, en el nuevo y misterioso Reino que «no es de este mundo» y que «adviene» a este mundo para salvación de todos.

José obedientísimo, cuya obediencia se apoyaba en Dios, a quien se entregaba confiado. Abandono en manos de Dios, y por ello a obrar diligentemente según los designios que Dios le da a conocer, ya sea por los ángeles, ya sea por el curso de los hechos de la vida ordinaria. En la «obediencia creyente» de José tenemos siempre los cristianos un programa completo y perfecto de vida de justicia y santidad.

Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (marzo-abril de 1988) 10-11