En el Catecismo de san Pío X se enumeran como «pecados capitales» estos siete: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza.
Santo Tomás de Aquino, siguiendo la doctrina de san Alberto Magno, nombra la soberbia como «inicio de todo pecado», capaz de agravar cualquier acción pecaminosa, y así lo considera, podríamos decir, como el vicio «supercapital», que puede ser punto de partida de todo vicio y pecado.
Después enumera siete pecados capitales: vanagloria, gula, lujuria, avaricia, acedia, envidia e ira.

Si comparamos este catálogo con el texto del mencionado Catecismo, nos sorprenderá que, además de la inclusión de la vanagloria en el primer lugar, que allí ocupa la soberbia, no aparece mencionada la pereza, mientras hallamos un término que nos es ahora casi desconocido: la acedia.

Para santo Tomás de Aquino, como para el papa san Gregorio Magno y todos los autores que le siguieron, «acedia» es la actitud opuesta al gozo que es fruto de la caridad. El cristiano ha de vivir gozándose con agradecimiento y fidelidad en todo el bien que Dios obra en él. Sin el gozo, se debilita la caridad teologal, que es la reina de todas las virtudes y la esencia misma de la santidad. Queremos decir el gozo en el bien, inseparable de la esperanza y de la fe en la divina Providencia.

Santo Tomás explica y analiza detenidamente la acedia y sus efectos. La acedia es el «disgusto», el «desabrimiento» hacia el bien que Dios nos comunica. La acedia es un «tedio» que lleva consigo «la depresión del ánimo hasta quitar al hombre el deseo del bien obrar».

Carente del gozo en lo bueno, el hombre se siente inclinado a los deleites mundanos, a la vez que incapacitado para la búsqueda perseverante de las operaciones virtuosas. De aquí que se pueda enumerar como efecto de la acedia el «entorpecimiento» y la «somnolencia», y a la vez también en otros casos la inestabilidad del ánimo y la «movilidad» corpórea y la disipación en la charla y la verbosidad.

Si leemos hay los espléndidos análisis de santo Tomás desde nuestra experiencia contemporánea, veremos descritos en el tedio y la depresión de ánimo de que habla, lo que nosotros llamamos hoy aburrimiento, depresión y angustia.

Comprenderemos que la pereza es una derivación o aspecto de una actitud desabrida ante lo que es perfecto y lo que es debido y ordenado en el obrar humano movido por la gracia divina. Por esto, de la pereza, que es una dimensión de la acedia, ha podido decirse con razón que toma a veces en nuestros días la forma de una «pereza activa»: un activismo no surgido del amor al bien, sino de una forma de dispersión en lo temporal y caduco.

Los hombres se mueven, hablan, viajan, bailan, y la juventud se hace adicta a las drogas, o se desespera hasta el suicidio, por carencia de gozo interior.
Uno de los rasgos contemporáneos de este aburrimiento, que es un aspecto del vicio capital de la carencia de gozo en el bien divino que Dios infunde en el interior del cristiano, es el que se haga insoportable lo cotidiano, el trabajo ordinario y modesto, el cumplimiento silencioso y oculto del deber, el sencillo y casero servicio al prójimo, que habría de llenar gozosamente nuestra vida como llenó la de José y María en Nazaret.

El papa León XIII, en una de sus preciosas encíclicas sobre el rosario, señalaba en la contemplación de los misterios gozosos el remedio contra el disgusto del trabajo cotidiano y de la vida oculta. Este disgusto está hoy dificultando la felicidad de los matrimonios jóvenes, y de los niños y adolescentes a los que repugna la vida familiar en la que no encuentran sino aburrimiento.

Tengo la convicción de que la presencia de san José en nuestra vida cristiana de hoy es el remedio más eficaz contra el aburrimiento, la angustia, la depresión de ánimo y todas las formas pasivas y activas de la pereza. El ejemplo y la intercesión de san José son para nosotros fuente de gozo interior, y del agradecimiento por lo bueno que cada día quiere Dios obrar en nosotros y por nosotros.

Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (noviembre-diciembre de 1988) 18-19