El dominico italiano Isidoro (1470-1530) publicó, en el año 1522, un libro de importancia capital en la difusión del conocimiento y del culto al glorioso patriarca san José. El libro llevaba por título Suma de los dones de san José, y lo dedico al papa Adriano VI. En su prólogo expresa, a la vez, su conciencia del carácter tradicional de la doctrina expuesta y de la novedad y progreso que representaba al hacer avanzar en muchos puntos la teología josefina:

«A muchos les parecerá nueva esta obra, escrita para poner de manifiesto la santísimos dones de san José, el esposo de María, de la que nació Cristo. Pero su contenido está en las Sagradas Escrituras y ha sido expresado por Santos Doctores, excelentes en espíritu, en varios lugares de sus libros».

Nunca hasta entonces se había escrito una obra tan extensa sobre san José. Con un celebérrimo sermón del franciscano san Bernardino de Siena, pronunciado algunos años antes, y con los escritos de santa Teresa llamando la atención de los cristianos sobre san José como intercesor poderoso y maestro de oración, señala el comienzo del gran impulso de la era moderna del culto josefino, que no ha retrocedido ya desde entonces en su expansión y progreso.

No parece que pueda negarse el carisma de la profecía en aquel religioso dominico, que se sentía portavoz de un llamamiento divino. Si pensamos que había de pasar todavía tiempo, contado por siglos, antes que la fiesta litúrgica de José fuese establecida como de precepto en la Iglesia universal, para que su nombre figurase en las Letanías de los santos, para que fuese reconocido y proclamado como Patrono de la Iglesia, para que tuviese aprobación oficial pontificia unas «Letanías de san José», y para que centenares de congregaciones religiosas tomasen su nombre o se pusiesen bajo su patrocinio, e incluso para que el nombre del glorioso Patriarca se generalizase como patronímico de muchos hijos de la Iglesia, leeremos con sorpresa lo que Isidoro de Isolano escribió en su obra:

«Dios constituyó a José cabeza y patrono especial de todas las potestades de la Iglesia militante. Antes del día del juicio, todos los pueblos conocerán, venerarán y adorarán el nombre del Señor y los dones excelsos que concedió a san José, queriendo que estuviesen casi ocultos durante largos siglos. Entonces el nombre de san José será rico en todos los bienes de la tierra. Se edificarán templos en su honor y los pueblos celebrarán sus fiestas y le harán votos. Porque el Señor iluminará sus inteligencias y grandes hombres escrutarán los dones interiores que Dios escondió en san José, hallando un precioso tesoro, desconocido en los Padres del Antiguo Testamento.
»Todo esto sucederá por una iluminación de los santos ángeles. San José –desde el cielo– derramará abundantes gracias sobre los pueblos que le invoquen. Su nombre estará a la cabeza de la lista de los santos, pues su fiesta será la más venerada y destacada. El Vicario de Cristo en la tierra, por inspiración del Espíritu Santo, mandará que la fiesta del que fue tenido por padre de Cristo, del esposo de la Santísima Virgen, del más alto de los hombres, se celebre en todos los confines adonde llegue el poder de la Iglesia militante».

Habiendo visto las profecías ya cumplidas –en 1621 se extendió su fiesta a toda la Iglesia, pero sólo en 1714 hubo un oficio y misa propios de san José, en 1726 se puso su nombre en las Letanías de los santos, y actualmente su fiesta litúrgica tiene la máxima categoría, la de solemnidad, y en el actual Derecho canónico se incluye entre las fiestas de precepto, lo que solo conviene a los días del Señor, a algunas solemnidades marianas, a la fiesta [de] san Pedro y san Pablo apóstoles, y al día de Todos los santos– las palabras de Isidoro de Isolano nos han de alentar a todos los devotos de san José para incrementar nuestra esperanza en el futuro, en un venturoso y fecundo desarrollo de su devoción en el pueblo cristiano.

Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (julio-agosto de 1989) 18-19