El papa León XIII, para explicar el fundamento del patrocinio del patriarca san José sobre la Iglesia, que había proclamado Pío IX, enseñaba en su encíclica Quamquam pluries –se cumplen ahora los cien años de su publicación– que por ser en la casa de Nazaret quien ejerció la función de cabeza de familia, como esposo de la Madre de Dios y sirviendo a Cristo en una tarea de solicitud paterna, también en la Iglesia, originada de aquella Familia Sagrada de Nazaret, tiene José, por designio divino, una solicitud de carácter paterno sobre la universal familia de los hijos de Dios.
A medida que ha ido avanzando en la conciencia cristiana y en el sentido de la fe del Pueblo de Dios un conocimiento más claro de este excelso papel del patriarca José en la salvación de la humanidad, ha ido también aclarándose ese carácter de José, al que santa Teresa de Jesús invocaba como señor y padre.
El obispo Torras i Bages afirmaba en 1905, en una carta dirigida a una congregación mariana, que el cristiano tiene que vivir con sentimiento filial hacia María y hacía José:
«Estos padres nos acompañan durante toda la vida hasta la ancianidad, en todas las vicisitudes, en toda la soledad del corazón, y no nos desamparan al llegar la muerte, sino que nos introducen en la vida eterna».
Conviene insistir en esta relación filial del [cristiano] hacia el patriarca José. En los últimos siglos de la Iglesia algunos santos, que han ejercido una influencia muy grande en la vida espiritual de los fieles, nos han enseñado a sentirnos «hijos de María», con Jesús que quiso que tuviésemos espiritualmente por Madre a la Inmaculada Virgen de la que nació.
Pero desde hacía siglos insignes autores afirmaban la asociación de José a María en el nacimiento del Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. San Isidoro de Sevilla presenta a José, en su relación esponsal con María, como tipo y figura de Cristo, esposo de la Iglesia, de la que María es ejemplar y arquetipo, como ha enseñado el Concilio Vaticano II.
Juan Gerson hablaba de tres nacimientos del Hijo de Dios: el eterno, por el que es engendrado del Padre antes de toda creación; el temporal en carne humana, en el que por obra del Espíritu Santo nace de María, y en el que hay que considerar que José, precisamente por ser su esposo virginal, colaborador por su fidelidad al designio divino, colabora con misión paterna a su venida al mundo como Salvador, imponiéndole por encargo divino el nombre de Jesús; el tercer nacimiento es aquél por el que Cristo es engendrado en nosotros, sus miembros, aquel por el cual todos nosotros somos con Cristo hijos de María nuestra Madre espiritual, y según el cual, al decir de Gerson, tenemos que reconocernos nacidos espiritualmente de José. El patriarca José es así, como Abraham a quien invocamos como a nuestro padre en la fe, pero de modo más cercano y excelso, padre espiritual de todos los hijos de Dios.
El jesuita Pedro Morales que escribió en Méjico, y publicó en Lyon, en 1614, un extensísimo comentario al capítulo primero del Evangelio de san Mateo, sostiene que Jesucristo de tal modo quiso entregarse misericordiosamente al género humano para redimirlo que quiso que en nuestro nacimiento nuevo por la gracia divina tuviésemos por madre a su misma madre María y por padre al glorioso Patriarca que en la tierra tuvo el encargo divino de velar por Él paternalmente.
Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (noviembre-diciembre de 1989) 18-19