Un sentimiento de alegría y de gratitud surgirá en los corazones de los fieles cristianos devotos de san José ante el documento que con el título Redemptoris custos ha dirigido Juan Pablo II a toda la Iglesia en la fecha del 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora a los cielos.
El documento es una Exhortación apostólica; mientras las llamadas encíclicas son como cartas circulares dirigidas por el Papa a los obispos, el reciente documento se dirige «a los obispos, a los sacerdotes y diáconos, a los religiosos y religiosas, a todos los fieles cristianos». Recordando la gran encíclica de León XIII sobre san José publicada hace un siglo (15 de agosto de 1889) y evocando también la declaración de Pío IX del año 1870, que proclamó a san José patrono de la Iglesia universal, Juan Pablo II orienta el documento a la finalidad de acrecentar en todos «la devoción a este Patrono de la Iglesia, y el amor al Redentor al que tan ejemplarmente sirvió José».
El Papa tiene la convicción de que el pueblo cristiano recurrirá a san José con más fervor e invocará su patrocinio con mayor confianza; a la vez la consideración del humilde y excelso servicio de José a la salvación, en la que participó como nadie después de María, llevará a la Iglesia al reencuentro continuo con su identidad en el ámbito del designio redentor de Dios.
No es posible en estas líneas describir el riquísimo contenido doctrinal y los tesoros de espiritualidad que hallamos en esta exhortación apostólica. Digamos sólo algunas cosas que despiertan el deseo de conocerla, y de tomar ocasión para renovar e intensificar nuestra devoción y nuestro apostolado josefino.
José, al recibir el mandato del Ángel de recibir a su esposa, que había concebido el Hijo de Dios en su seno por obra del Espíritu Santo, y al recibir del Ángel el mandato de imponer al Niño el nombre de Jesús «porque salvará al pueblo de sus pecados», fue introducido por Dios mismo en el misterio de la Encarnación redentora, realizada por la divina maternidad de su esposa.
Como María respondió primero con su palabra y después con su obra al anuncio angélico y mereció ser llamada «bienaventurada la que has creído», así José expresó su fe, no con palabras sino con sus obras porque, como narra el Evangelista, «hizo lo que se le había ordenado de parte del Señor y recibió a María como su esposa».
Toda su vida fue regida por esta confiada obediencia a la fe, en la que sería el servidor de los inicios de la salvación del mundo, custodiando paternalmente toda la vida oculta y privada de Jesús. La exhortación de Juan Pablo II, siguiendo detalladamente los textos evangélicos, nos muestra a José en sus relaciones familiares con María y con Jesús, en la inscripción en el censo, el nacimiento en Belén, la circuncisión, la imposición del nombre, la presentación del Niño en el Templo, la huida a Egipto, y la pérdida del Niño en el Templo con los doctores. Se presenta a José como nutricio y educador de Jesús en Nazaret.
Un largo desarrollo se ocupa de José como «el hombre justo», que Dios quiso fuese esposo de la Virgen Madre. En esta perspectiva se ilumina el misterio de la Sagrada Familia de Nazaret en la que José tiene la misión y responsabilidad de padre. Reiterando una enseñanza de León XIII se habla de aquella «Iglesia doméstica» de Nazaret como origen de la Iglesia y ejemplar de toda familia cristiana.
También se habla de trabajo, de la vida interior y del espíritu contemplativo, recordando en esto a santa Teresa de Jesús. El precioso documento concluye insistiendo en el patrocinio de san José sobre la Iglesia en nuestro tiempo, que nos puede librar de los peligros y alentar las esperanzas apostólicas.
Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (enero-febrero de 1990) 18-19