El papa Juan XXIII se complacía en dar a san José el título de Protector de la Iglesia universal, recordando el patrocinio propiamente proclamado en 1870 por Pío IX. Por esto le proclamó también patrono del Concilio Vaticano II. El papa Pío XI tomó por lema de su pontificado: La paz de Cristo en el reino de Cristo. En su documento del año 1937 contra el ateísmo marxista decía Pío XI:
«Para llevar a madurez esta paz tan deseada por todos, la paz de Cristo en el reino de Cristo, ponemos la gran acción de la Iglesia católica, que se enfrenta a los esfuerzos del ateísmo comunista bajo la protección de san José, patrono poderosísimo de la misma Iglesia Católica».
Que san José protege a la Iglesia es algo que no podemos dudar, desde la perspectiva de la fe en la divina Providencia. No conocemos ciertamente los caminos del Señor y sus designios, pero no es inadecuado que nos preguntemos, como ha hecho recientemente el insigne mariólogo jesuita Francisco de Paula Solà:
«La exhortación apostólica de Juan Pablo II se firmó el día 15 de agosto de 1989. Inmediatamente han surgido en el mundo, concretamente en la Europa oriental, una serie de acontecimientos que parecen milagrosos, y cuya trascendencia no podemos todavía calibrar. ¿Serán los primeros frutos de la protección de san José… que acude en auxilio y ayuda de su esposa la Virgen María, Madre de la Iglesia, en la ardua tarea que Ella hace tiempo se ha tomado de luchar personalmente con la serpiente infernal?».
Después de que estas palabras del ilustre jesuita aparecieran en la revista barcelonesa Cristiandad, en diciembre del pasado año, toda una serie de acontecimientos, «políticos» en su apariencia inmediata, vienen a mostrar una situación nueva, que ha culminado en el viaje de Juan Pablo II a Checoslovaquia. Tales acontecimientos han hecho que el Papa haya podido hablar del hundimiento de la «torre de Babel» que los hombres habían tratado de edificar sin Dios y contra Dios, y que había llevado a un mundo inhumano y cruel.
Siguiendo la exhortación pontificia contenida en la Redemptoris Custos hemos de insistir en la oración confiada al glorioso Patriarca protector de la Iglesia «en la lucha con el poder de las tinieblas» y rogarle que su patrocinio nos enseñe los caminos de la Alianza salvífica, y conduzca a la «plenitud de los tiempos» que es propia del misterio inefable de la Encarnación del Verbo.
Que san José obtenga, para la Iglesia y para el mundo, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (julio-agosto de 1990) 10