En la revista El propagador de la devoción al señor san José que se publica en Méjico desde hace ya ciento veinte años, podemos leer (marzo 1990) una significativa noticia: San José ha sido nombrado patrono de la nueva evangelización de la América latina y de la preparación de la cuarta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Siguiendo a las de Río de Janeiro en 1955, en que se constituyó el CELAM, la de Medellín, en 1968, y la de Puebla, en 1979, la cuarta Conferencia se celebrará en 1992 en Santo Domingo para recordar el lugar en donde empezó la evangelización de América.
La citada revista josefina reproduce las palabras por las que el secretario del Consejo Episcopal Latinoamericano, monseñor Óscar Andrés Rodríguez Madariaga, da la noticia del acuerdo:

«La cuarta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano ha tenido en este tiempo la oportunidad de poner todo el proceso de su preparación bajo el patrocinio de san José, al celebrarse los cien años de la encíclica Quamquam pluries de León XIII… La Iglesia en América Latina también está bajo el patrocinio de san José y ponemos bajo el manto del esposo de María todo el proceso de la nueva evangelización y de la preparación de la cuarta Conferencia del Episcopado Latinoamericano».

Cuando hemos visto la liberación de las naciones de la Europa oriental de las tiranías inspiradas en la ideología que el papa Benedicto XV calificó como «el más mortal enemigo de la vida cristiana», la oportuna designación de san José, cuya devoción está viva en los pueblos hispanoamericanos, como protector de la nueva evangelización proclamada por el papa Juan Pablo II, alienta la esperanza de que el glorioso Patriarca, que con su celeste patrocinio ejercita siempre la divina «opción preferencial por los pobres», liberará aquellos pueblos de profunda tradición católica de las tentaciones y desviaciones que intentan confundirles con falsas ideologías.

En el quinto centenario de la evangelización de América hemos de esperar que la renovada invocación a san José expresada en la iniciativa de los obispos de aquellos países pueda ser el punto de partida para una nueva vitalidad en todas las dimensiones de la vida cristiana.

Nuestra oración habrá de unirse a la suya para suplicar a Dios, por intercesión del glorioso Patriarca, la fecundidad en las vocaciones sacerdotales y religiosas, la vigorización de las familias cristianas, la perseverancia del pueblo en las tradiciones católicas de su religiosidad popular, y también todos los bienes en la ordenación social y en el progreso verdadero económico y cultural.

Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (septiembre-octubre de 1990) 10