En su exhortación apostólica Custodio del Redentor, Juan Pablo II termina invocando la protección de José, el «varón justo» heredero del patrimonio de la Antigua Alianza, e introductor de los comienzos de la Nueva y eterna Alianza en Cristo, para que el glorioso Patriarca nos indique el camino de esta Alianza salvífica, a las puertas del segundo milenio en el que ha de desarrollarse ulteriormente aquella plenitud de los tiempos propia del misterio de la Encarnación del Verbo.
San José, a quien la divina Providencia confió el ser guía en los caminos de María, desde Nazaret a Belén, y del Niño Jesús y de su Madre desde Belén a Egipto y desde Egipto a Nazaret, y desde Nazaret a Jerusalén, ejerciendo así su función de custodio paterno del Salvador del mundo, ha de guiar ahora místicamente a la Iglesia de nuestro tiempo hacia su futuro de plenitud.
El camino es Cristo. Es el único camino, y su nombre es el único que se nos ha dado a los hombres bajo el cielo para que podamos ser salvados. María, Madre de la Iglesia, y José, custodio paterno y celeste de la misma, nos llevan a Cristo, y en ellos hemos de confiar para que nos los muestre, y para que su intercesión y patrocinio nos den la gracia de aceptar y andar siempre por los caminos en los que Cristo nos acompañe y conduzca hacia su Reinado de amor.
Las presentes circunstancias de la vida social española, llenas de escándalo y corrupción en que podrían arruinar la vida cristiana de las futuras generaciones, nos apremian a levantar nuestra mirada y nuestra voz suplicante hacia aquél que defendió a Jesús Niño de la persecución de Herodes, y custodió, con solícito y silencioso trabajo cotidiano, la casa de Nazaret, en que tiene su origen el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza.,
Francisco Canals Vidal
La Montaña de san José (marzo-abril de 1991) 10-11