El papa Pío IX en 7 de julio de 1871, al declarar a san José patrono de la Iglesia católica, afirmaba:
«Después de esta declaración […], es justo que reciba en el culto público de la Iglesia todos los privilegios que, de acuerdo con las rúbricas del Breviario y del Misal romano, son concedidas a los patronos principales».
Pero el papa Juan XXIII, el que incluyó su nombre en el Canon –en aquel momento único en las misas de rito romano– notaba, en su Carta apostólica de 19 de marzo de 1961, que «habían precedido siglos de ocultamiento» a las grandes efusiones de los tiempos modernos en el culto a san José. Costa i Llobera, el sacerdote poeta mallorquín, predicando sobre san José, y aplicando el texto: «hijo que crece», decía también que «la gloria de José, grande en lo interior, grandísima sobre el cielo desde que ascendió allí con Jesús victorioso, ha ido apareciendo aquí en la tierra como a través de un largo camino».
Un siglo antes de que fuese declarada fiesta de precepto la fiesta de san José, anunciaba el hecho, con carisma profético, el dominico Isidoro de Isolano. Nosotros podemos imitarle, oyendo la Iglesia jerárquica, para recibir de sus palabras y exhortaciones estímulo de esperanza en los acontecimientos futuros, por los que avanzará sin duda alguna entre el pueblo cristiano la gloria del patriarca José.
Nos es lícito anhelar y esperar que se cumpla plenamente aquello que según el papa Pío IX «es justo», y así ningún privilegio litúrgico por el que se honren los nombres de los patronos de la Iglesia, los santos apóstoles Pedro y Pablo, san Juan bautista, san Miguel Arcángel, deje de ser participados por san José, a quien reiteradamente han proclamado los Papas como la criatura más excelsa en dignidad y santidad [entre] las próximas a María y a Jesús, por encima de toda otra criatura angélica o humana.
Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (mayo-junio de 1991) 11-12