No olvidamos a los ancianos que mueren de asfixia, a los médicos y enfermeras que trabajan día y noche, las tareas adicionales de todo tipo que este confinamiento acarrea. Pero qué quieren que les diga: resulta obvio que la gran mayoría de la población sólo puede contemplar su vasta inutilidad en un mundo absurdo que da vueltas en un rincón del universo.

Filosofemos de verdad, mientras que los tamborileros de turno, como Michel Onfray, difunden su falsa sabiduría, una pequeña y ridícula venda que encontramos ya en Marco Aurelio, el emperador que masacró a los cristianos; mientras que estas personas van haciendo vaticinios –«moriremos un día, pero lo principal es vivir intensamente», como si fuera una copia de del hypokhâgne* – y profetizan, o más bien, invocan en las páginas de los diarios burgueses el colapso de una sociedad que no han entendido, pretendiendo ser un pueblo que no conocen, el Papa bendice la urbs y el orbs, solo, en la Plaza de San Pedro, sosteniendo con sus brazos una custodia donde se condensa la salvación del mundo.

San Pedro, la basílica, está desnuda como san Pedro, el pescador, cuando en su barca después de la muerte de Jesús, Juan le dijo: «Es el Señor». Las grandes pompas y los inmensos oros de los templos temporales se reducen a la nada: sola, en este pequeño círculo blanco de la hostia, está encerrada la salvación del mundo. Porque es cuando somos débiles que somos fuertes. Y eso, Demócrito o Cicerón no lo sabían. Sólo consuela la teología. Todo lo demás es filosofía y no vale la pena el esfuerzo…

Jacques de Guillebon
L’Incorrect, 30 de marzo de 2020.

* El primer curso anual del ciclo bianual académico francés (llamado « classe préparatoire aux grandes écoles », sección de humanidades) cuya la meta es preparar a los estudiantes para la competitiva entrada a la Escuela Normal Superior parisiense (NdT).