La publicación por el papa Juan Pablo II del Catecismo de la Iglesia Católica escrito para la aplicación del Concilio Vaticano II, que ofrece a los católicos de nuestro tiempo un rico tesoro de cosas «nuevas y antiguas», trae con ellas, con apariencia modesta y que a algunos parecerá escasa, gozosos anuncios sobre la presencia de José en la salvación de los hombres y en la vida de la Iglesia.

Son bastantes los pasajes en que el nombre del Patriarca es citado para recordarnos el anuncio del Ángel que le llama en nombre de Dios, su matrimonio con María, la obediencia de Jesús en el Templo, en el que había sido presentado por José y María a los pocos días de su nacimiento.
Podemos, además, subrayar algunas significativas afirmaciones contenidas en el Catecismo: Dios llamó a José a ser el esposo de María, elegida [para] ser Madre de Dios, porque por José, «de la casa de David», había de recibir Cristo la herencia de la promesa mesiánica hecha al Rey profeta.

Además de situar así a José en relación íntima con la misión del que «había de salvar al pueblo de sus pecados», el Catecismo nos recuerda también que «Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María». La Iglesia no es otra cosa que la «Familia de Dios». Se cumple ahora el centenario de las palabras de León XIII que afirmaban que esta «Familia de Dios» que es la Iglesia tuvo, por divino designio, su origen en aquella Familia humana y sagrada que en Nazaret contenía los inicios de la Iglesia naciente.

También se nombra dos veces a José en el Catecismo en relación con el especial patrocinio sobre el cristiano en el momento en que éste concluye su vida en esta tierra para entrar en la vida eterna. El carácter de «patrono de la buena muerte», que a veces consideraban algunos casi despectivamente cual si fuese sólo un sentimiento «popular», es ahora afirmado en el Catecismo, y ha de ser visto por lo mismo como integrado de lleno en la vida de la fe cristiana.

Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (marzo-abril de 1993) 7