En el mes de mayo, consagrado tradicionalmente a María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, es tiempo oportuno para pensar en la solicitud paterna que compete al patriarca José sobre la misma Iglesia. Esta es en efecto continuación de la Familia de Nazaret, que José gobernó con función paterna, en razón de lo cual, como enseñó León XIII, compete ahora al Patriarca el cuidado de la misma Iglesia, familia universal de los hijos de Dios.

Este origen de la Iglesia en la Sagrada Familia lo afirma el Catecismo de la Iglesia Católica hace poco dado a conocer. Por esto también pudo afirmar el papa Pío XI que a José competía una «omnipotencia suplicante», asociada a María e inseparable de ella.

Es buen tiempo el mes de María para sentirnos con Jesús, hijos de María y de José, y de oír las enseñanzas y exhortaciones de la Iglesia, que en nuestro siglo ha insistido en llevar nuestra atención y nuestra plegaria hacia el glorioso Patriarca.

En la exhortación apostólica de Juan Pablo II Custodio del Redentor, el Papa concluye el documento con unas palabras misteriosas, y profundamente estimulantes y esperanzadoras:

«El varón justo, que llevaba consigo todo el patrimonio de la Alianza, ha sido también introducido en el comienzo de la nueva y eterna Alianza en Jesucristo. Que Él nos indique el camino de esta Alianza salvífica, ya a las puertas del próximo milenio, en el que debe perdurar y desarrollarse ulteriormente la “plenitud de los tiempos” que, es propia del misterio inefable de la Encarnación del Verbo».

El Concilio Vaticano II, al hablar de «la Iglesia peregrinante y de su unión con la Iglesia celestial», nos enseña que por la Encarnación del Verbo eterno, el mundo tiene en sí el germen de la plenitud de los tiempos de que hablaba el apóstol Pablo: es decir, de aquella «reinstauración de todas las cosas en Cristo, las cosas celestes y las terrenas». «La renovación del mundo está irrevocablemente decretada y se anticipa en cierta manera en este siglo».

Es esta renovación del mundo en Cristo la que la exhortación pontificia nos invita a poner bajo la guía y orientación del Patriarca, cima de la Antigua Alianza y custodio al que Dios confió «los primeros misterios de nuestra salvación». También a José, con María, ejemplar y Madre de la Iglesia, le ha sido confiada por Dios la plenitud del Reino de Dios en la tierra, el camino, en este siglo, hacia la comunicación, orientada hacia la plenitud de la gloria celeste «en el tiempo de restauración de todas las cosas (cf. Hch 3, 21)», de que nos habla el Concilio Vaticano II siguiendo la predicación del apóstol Pedro.

Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (mayo-junio de 1993) 16