«ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE… DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR MUCHOS, PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS

Los pecados, nuestros pecados, son la causa de la pasión de Jesús. Están presentes en catorce momentos oracionales de la celebración:

— en el «Yo confieso… que he pecado mucho»;
— en el «que Dios todopoderoso… perdone nuestros pecados»;
— en el «Señor, ten piedad»;
— en el Gloría: «Tú que quitas el pecado del mundo…» (dos veces);
— en el Credo: «… un solo bautismo para el perdón de los pecados»;
— en la oración secreta antes del evangelio: «Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que anuncie dignamente tu Evangelio»;
— en el lavabo, el sacerdote dice en voz baja: «Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado»;
— en la consagración del cáliz: «Mi sangre derramada… para el perdón de los pecados»;
— en el Padrenuestro: «Y perdona nuestras ofensas»;
— en la oración que sigue: «vivamos siempre libres de pecado…»;
— en el rito de la paz: «… no mires nuestros pecados…»;
— en el «Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo» (tres veces);
— en la oración secreta, el sacerdote dice: «… líbrame de todo pecado»;
— al presentar la sagrada forma: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

¿Por qué tantas veces? Porque Jesús ha muerto en cruz para salvarnos del pecado.

¿Por qué tanta gente no viene a misa? Porque no tienen el sentido del pecado. «El mundo de hoy ha perdido el sentido del pecado», dijo ya el venerable papa Pío XII, en 1952.

Un profesor nuestro de teología en el Seminario de Vic, el Dr. Àngel Miralda, nos decía en una clase: «Sin el pecado no habría redención, ni Jesucristo, ni la Iglesia, ni Eucaristía, ni el sacerdocio, ni la vida consagrada…» ¡Me impactó! Y nunca lo he olvidado. Y me he impuesto horas de estudio para conocer el origen del pecado. Y he llegado a este esquema teológico.

Dios creó al hombre «a imagen y semejanza suya», con tres grandes aspiraciones:

— La libertad que nos identifica. Y el hombre (Adán y Eva) respondió con el pecado original de orgullo.
— La capacidad del progreso, para asemejarse a Dios. Y el hombre respondió con el placer (diluvio).
— Y la aspiración de comunión. Y el hombre respondió con el egoísmo (Caín y Abel).

Estas aspiraciones latentes en el corazón de cada hombre y los pecados que ellas se derivan cuando son tergiversadas, han estado presentes en toda la historia de la humanidad. Y están presentes en todas las tentaciones, también en las de Jesucristo. En Mateo 4,1-12 y Lucas 4,1-13, le dice el diablo, Satanás, a Jesús:

— Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo (orgullo para imponerse).
— … convierte estas piedras en panes (placer del cuerpo).
— Te daré todo esto si te prosternas y me adoras (egoísmo).

Jesús quiso ser tentado en todo, como un hombre cualquiera. Pero él venció todo tipo de tentación (cf. Lc 4,1-13):

— Contra el orgullo, con la humildad obediente, respondiendo a Satanás: También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios.
— Contra el placer, con la renuncia. Jesús responde: Escrito está: No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra salida de la boca de Dios.
— Contra el egoísmo, con la decisión absoluta de ponerse bajo la voluntad del Padre: Atrás, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, a él solo servirás. Y vinieron unos ángeles a servirlo (Mt 4,1-12).

En la Eucaristía, especialmente en la consagración, Jesús nos da su fuerza para vencer el mal y sus consecuencias:

— viniendo sobre el altar nos da su fuerza;
— cuando lo adoramos nos comunica su poder;
— cuando le suplicamos con fe, nos responde rápidamente.

La religiosa Brege McKenna, apóstol de los sacerdotes (de la cual ya hemos hablado), en su libro Los milagros sí existen, explica que una vez que predicaba a un grupo de sacerdotes en los Estados Unidos, el tercer día tuvo un sueño muy fuerte. Vio una ciudad como Jerusalén, toda ella llena de sacerdotes. Jesús se los miraba desde una montaña más alta. Y le decía: «Mira, aquí que están muchos de mis ministros del altar. Yo los había elegido para llevar a mi pueblo el alimento y la curación de las almas. Están perdiendo la fe en mí y no creen que mi poder actúe en ellos. Yo quería que mi amor y mi misericordia fueran la luz del mundo.»

Y dice que al día siguiente les habló de su sueño y todos quedaron muy impresionados. Al final de la sala había uno que lloraba y ella se le acercó:

— Yo soy uno de estos. Hace quince años que soy sacerdote y no he sido suficientemente fiel en mi fe. Ahora sufro de un cáncer en la garganta. Le pido, hermana McKenna, que ruegue por mí.

Y ella le respondió:

— Usted también tiene que orar. Cada día en la misa tiene a Jesús en sus manos.
— No.…, yo solo celebro misa el domingo y todavía solo.
— Celebre la misa cada día y suplique a Jesús intensamente.

Lo hizo, y en el transcurso de pocas semanas se curó del cáncer. Y nunca más dejó la misa y la oración intensa, y se volvió un gran pastor de almas.

Así nos cura Jesús en la hora de la consagración. Nos purifica de las quemaduras del orgullo, que es causa de tantas guerras y víctimas humanas.

Nos limpia de las llagas purulentas del placer, con su renuncia total a sí mismo.
Nos saca el cáncer del egoísmo, expulsando a Satanás de nuestro corazón.
¡Tenemos que asistir a misa, poniéndonos bajo la mesa de Jesús para que nos cure!

De nuestro orgullo, con su obediencia humilde.
De nuestro placer, con su renuncia, entregándose «hasta la muerte, y una muerte de cruz».
De nuestro egoísmo, haciéndonos participar de su infinita generosidad, complaciendo al Padre y dando su vida humana por todos nosotros.

Estas tres actitudes de Jesús, en la reflexión teológica de san Pablo, siempre inspirada, se convierten en las tres virtudes teologales, sin las cuales ningún cristiano se podría salvar.

La obediencia humilde lleva a la fe.
La renuncia hasta morir en cruz lleva a la esperanza.
Y la generosidad total lleva a la caridad.

Finalmente, para imitar e identificarse con Jesús, el monacato primitivo (san Antonio abad, san Pablo primer eremita y san Pacomio) formulará los tres votos:

—obediencia,
—pobreza,
—castidad,

que a tantos miles de cristianos han santificado.