La fiesta de la Sagrada Familia se introdujo con lentitud y dificultad en la liturgia. Algunos objetaban que no podía darse a la vez culto de adoración al Hijo de Dios, supremo culto de veneración a su Madre, y un culto de carácter inferior al patriarca José.

Todo esto fue superado por el progreso de la doctrina y de la piedad católica. Actualmente tenemos en la liturgia una orientadora y esperanzadora fiesta de la Sagrada Familia, integrada en el ciclo de Navidad.

Esta fiesta nació toda como un desarrollo de la devoción a san José. El papa León XIII enseñó que el patrocinio reconocido a José sobre la Iglesia se fundaba en el hecho de que Dios le había confiado la solicitud paterna sobre la familia que, en Nazaret, en los largos años de la vida oculta de Jesús, contenía el comienzo de la Iglesia que iba a nacer.

Dios dispuso la economía de la humana redención de manera que al servicio de la Encarnación del Hijo de Dios, engendrado y nacido de mujer, de una mujer desposada con el descendiente de David que llevaba en sí [las] promesas de Dios a los Patriarcas, una familia fuese la primera «sociedad» salvífica. En ella estaba en germen la Iglesia, destinada en el plan de Dios a convocar y reunir en Cristo a los hombres de todos los pueblos en todos los tiempos.

Este misterioso comienzo, tan humano, tan sencillo y cotidiano, tan «familiar», de la obra de salvación de la humanidad del pecado, y de elevación de los hombres redimidos a la dignidad de hijos de Dios, es también aleccionador y ejemplar para nuestra vida cristiana.

Las virtudes ejercidas durante treinta años por Jesús, obediente a sus padres, por María, solícita para con su Hijo y sumisa al esposo padre de familia José, y por José, misterioso representante de la autoridad venida del Padre celestial en aquella casita en una aldea modesta y despreciada, representan el ideal supremo de la santidad cristiana.

En ella la humildad y el cumplimiento cotidiano de los deberes ordinarios tienen un lugar sin el que nada valdrían los actos más extraordinarios y los carismas más excelsos. El ejemplo de la Familia de Nazaret nos hace ver prácticamente el sentido de nuestra vocación universal a la santidad en la vida de cada día.

Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (enero-febrero de 1996) 5