Santa Teresita del Niño Jesús, cuyo centenario celebramos, y de la que esperamos ver declarada como Doctora de la Iglesia, afirma que desde su infancia su devoción a san José «se confundía», es decir, era vista como una sola cosa, con su devoción a la Santísima Virgen.

Es ésta una «confusión» admirable y muy fundamentada en la misión para la que Dios escogió a María, la Madre del Redentor, y a José, el santo Patriarca custodio paterno del Redentor, patrono de la Iglesia universal y del Concilio Vaticano II.

La devoción a María, Madre de Dios, se desarrolló en la Iglesia en primer lugar para proclamar la divinidad de su hijo Jesús. Durante siglos se atendió menos a la humanidad del Señor, y se prestó todavía poca atención a su infancia, a su vida en Nazaret y a su convivencia con María y José.

El progreso de la piedad cristiana llevó posteriormente a atender a Jesús Niño y a «sus padres». Pero todavía muchos devotos de María dejan de lado en cierto sentido a José. No atienden a que el papa León XIII enseñó que el esposo de María está cercano más que cualquier otra criatura a aquella dignidad excelsa por la que María supera a todos los ángeles y santos.

Acertaba, pues, la mensajera de la infancia espiritual y del amor misericordioso en no separar, no considerar como dos devociones distintas, sino «confundir» las devociones a José el Patriarca y a su esposa María, la Madre de Dios.

Francisco Canals Vidal,
La Montaña de san José (marzo-abril de 1997) 14